martes, 12 de octubre de 2010

¿Digo lo que pienso?

A veces uno cree que tiene que decir todo lo que se le viene a la cabeza, y no es así. Y esto fue precisamente lo que el otro día conversábamos con unos amigos, en esas noches de rica comida y buen vino se me ocurre comentar que: “cuando pensaba que no podía decir todo lo que pensaba, me indignaba”…
Suficiente para que todos empezaran ha verter sus opiniones al respecto y aconsejarme sobre lo que tenía que hacer o dejar de hacer. Desde que dejara de pensar a que dijera lo que pienso, las variantes fueron de lo más diversas y hasta contradictorias. Algunos optaban porque fuera sincera y dijera lo que pienso sin medir consecuencias y otros por el contrario creían que debía dedicarme a no pensar…
A todo esto, mientras los miraba absorta, pensaba que ninguno de ellos me había preguntado por qué decía lo que decía y cuál era el motivo de mi indignación. Después de todo, había un motivo concreto y ninguno de ellos sabia cual era.
En ese momento comencé a explicarles que cuando era más joven efectivamente actuaba de manera impulsiva y sin medir consecuencias lanzaba a granel todo lo que se  me cruzaba por la mente sobre lo que creía que era correcto, le molestare a quien le molestare, no me quedaba con nada atragantado. Pero, a esta altura de mi vida y con algún camino recorrido, antes de hablar lo pensaba dos veces, consideraba a quien tenía enfrente y evaluaba si era necesario decir o mejor callar y seguir adelante.
¿Será maduración?, pensé…
Tal vez si, tal vez no, pero de lo que si estoy segura es de que no se puede andar por la vida diciendo con total sincericidio lo que uno cree, piensa o asegura sobre los otros; porque el otro es un ser que siente, piensa y vive como mejor cree…
Por lo tanto, ¿quiénes somos para andar corrigiendo, decidiendo, asegurando y advirtiendo sobre la forma de manejarse que tienen los demás?
Es probable que si dejáramos a cada uno ser como mejor le plazca, podríamos convivir de mejor grado en esta sociedad cada vez más intolerante a las decisiones ajenas…

lunes, 20 de septiembre de 2010

En la era digital


Leer a Susan Sontag me ha hecho repensar en varias cosas que hace un tiempo vengo observando. Su frase: “Hacer fotografías ha implantado en la relación con el mundo un voyeurismo crónico que uniforma la significación de todos los acontecimientos”; dice mucho sobre lo que sucede actualmente con la fotografía en la era digital sumado a internet y a las redes sociales.

Tiempo atrás me encontré repitiendo en mi cabeza palabras que nunca nos habían enseñado en la escuela y que mucho menos figuran en el diccionario de la Real Academia Española. Verbos como googlear, facebookear, twittear, etiquetar, postear, mensajear, chatear, forman parte hoy de nuestro vocabulario y están socialmente aceptados. Ahora la pregunta que me hago es; si no te familiarizas con ellos, ¿dejas de pertenecer al sistema? Esta “brecha digital” de la que tanto han hablado, ¿se ha acortado? O ¿cada vez se agranda más?... demasiadas preguntas, ¿no?...

Hace unos meses estaba esperando mi turno para pagar unos servicios y la señora que estaba delante de mío, que le calculé alrededor de 55 años, le comenta a la cajera que le había mandado la solicitud de amistad del facebook y que la había etiquetado en unas fotos. Mientras ellas muy entusiasmadas hablaban sobre sus contactos y quienes tenían o no cuenta en esta red social, yo pensaba en lo increíble de este fenómeno y en lo popular que se estaba convirtiendo.

A todo esto decidí ver que sucedía en el mundo Twitter, y me encontré con que no solo es una red mucho más elitista que Facebook sino que también frases como: “mándame un tweet”, “me haces un following” y “seguime”; son los nuevos modos de comunicarse.
Seguramente se estarán preguntando que tiene que ver este análisis de las redes sociales con la frase de Susan Sontag, y tiene que ver precisamente con esto. Acaso, ¿no les sucedió y sucede habitualmente a quienes participan de manera asidua por estos medios que festejan los cumpleaños de sus contactos, se van de vacaciones con ellos, se casan, disfrutan de un día de campo y ven como crecen sus hijos? Pues bien, la fotografía es la primer responsable de todo esto, si no existiera la facilidad de sacar una foto de manera digital, bajarla a una pc y subirla a un espacio social, no nos enteraríamos ni de la cuarta parte de lo que le pasa al otro.
De hecho se ha tornado casi habitual en los eventos sociales de cualquier tipo, que en cuanto alguien toma alguna fotografía se le diga: “¡Subila al facebook y etiquétame!” o a lo que en su defecto otros dicen: “¡Ni se te ocurra subirla al Fb, y si no, hacele photoshop!”
¡Photoshop! Otro tema para discutir, pero lo dejaremos pendiente para la próxima…
Es probable que desde el psicoanálisis tengan toda una explicación hacia esa necesidad de mostrar o hacer visibles los momentos familiares y difundirlos de manera abierta para que todos puedan verlo, será cuestión de investigar con algún psicólogo amigo. Tampoco la intensión es desestimar estos avances tecnológicos ni renegar de ellos, solo que no deja de sorprenderme la influencia que tienen cada vez más en nuestras vidas y como van formando parte de los modos de interrelacionarnos, casi sin darnos cuenta…
Lo que me sigo preguntando es ¿qué tanto influye todo esto con nuestro sentido de pertenencia social y con la imagen que el otro se hace de nosotros? ¿Nos mostramos tal cual somos o aparentamos ser otros? He aquí la cuestión, o una de ellas por lo menos…
Estimados lectores, como verán, las preguntas son muchas y las respuestas serán de lo más diversas también, ¿les parece ir pensándolo y cualquier cosa me envían un mail, me hacen un tweet, lo postean en el fb o me zumban por el chat? (Ups! ¡¿Seré esclava de las redes ya?!)…

Susan Sontag, “Sobre la fotografía”, Ed. Santillana, México 2006